“Si quisiéramos describir el arte de la pintura, necesitaríamos un libro entero.
Nos la tendrían que representar con el aspecto de una joven hermosa, con el cabello negro y rizado y los labios cerrados, Con una cadena de oro al cuello, del cual cuelga una larva.
En una mano, sostiene varios pinceles y el lema imitatio, es decir, imitación”.
(Cesare Riba Iconologia 1593)
La creación artística siempre ha tenido algo de impenetrable, de misterioso para el ser humano. Los antiguos griegos pensaban que los dioses o las musas infundían con su aliento ideas creadoras al artista por lo que éstos, antes de comenzar su trabajo, invocaban a las musas. De aquí proviene el término, de «estar inspirado» .
Hoy día, la creatividad artística se comprende según modelos menos románticos. Se piensa que la creatividad artística se establece realmente de forma paulatina, de modo que se va profundizando progresivamente en el problema creativo hasta que éste queda resuelto.
La creatividad artística no tiene que proceder necesariamente de individuos extraños, con personalidades fuera de lo común. La extravagancia de que se rodean y han rodeado durante los dos últimos siglos algunos artistas parece destinada más a fortalecer esta imagen de personas «geniales», casi como una labor, más o menos constante, de marketing. La creatividad artística puede ser el resultado de procesos ordinarios de sujetos ordinarios. Su calidad invariablemente, al igual que en otra actividad, dependerá de la dedicación que estas personas otorguen a su trabajo y de sus capacidades para el mismo; teniendo presente que la creatividad dentro de cualquier orden es una de las funciones superiores del ser humano, pero sin que esto implique que los artistas sean personas extrañas, necesariamente superiores.
ALICIA LIDDELL
Por definición la musa es absolutamente única, pero tal vez la única musa en estado puro haya sido Alice Liddell. Cuando sólo contaba con 7 años provocó un trauma irreversible en el reverendo Charles Dodgson -profesor de Oxford y fotógrafo-, que luego se hizo famoso con el nombre de Lewis Carroll (1832-1898). Este, en la dorada tarde del 4 de julio de 1862, correspondió a su fascinación por la niña inventando una historia que tituló Alicia en el país de las maravillas. Muchos años después, en 1932, y como un modo de expresar la gratitud de la humanidad por sus servicios como musa, la Columbia University le otorgó a la señora Alice Liddell un doctorado honoris causa. Pero no fue ese el único beneficio: también logró vender el manuscrito en una suma sin precedentes en la historia. Y es que todo indica que la hermosa Alice tenía verdaderas dotes para la profesión musística , ya que no se limitó al buen Lewis Carroll. Cuando contaba poco más de 10 años su preciosa presencia indujo también estados de delirio en el influyente crítico John Ruskin (1819 – 1900), que ya había sobrepasado el medio siglo de vida. Este caballero era un esteticista que, por encima de todo, amaba la pureza de líneas. A los 29 había contraído matrimonio con Euphemia Gray, 10 años menor.
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