El alma de Picasso era un cristal vibrante… hasta el infinito. En sus años de mocedad estaba muy sensibilizado hacia el infortunio de los seres humanos, se identificaba con los débiles, aterido de frió y mal nutrido como ellos, que es históricamente la situación ideal en que el genio percibe ese magnetismo que le impulsa a realizar la obra maestra.
Entre 1901 y 1904, en que desarrolla
En aquel estudio de la barcelonesa Ribera de San Juan, que compartía con Ángel Fernández de Soto, el Joven Picasso salía en busca de las almas dolientes, provisto de su cuaderno de dibujo, eligiendo como modelos a mendigos, alcohólicos, ciegos…
Y así en esta profundidad de sentimiento, los ciegos atraen su atención.
Rafael Alberti le escribe un agudo y precioso poema a los ojos de Picasso:
“Siempre es todo ojos
No te quita los ojos.
Se come las palabras con los ojos
Es el siete ojos
Es el cien mil ojos
El gran mirón
como un botón marrón,
y otro botón.
El ojo de la cerradura
Por el que se ve la pintura.
El que te abre bien los ojos
Cuando te muerde con los ojos.
El ojo de la aguja
Que solo ensarta cuando dibuja. El que te clava los ojos
En un abrir y cerrar de ojos.
Pero Picasso en plena exaltación óptica, con el alma a flor de piel, llega a pensar que ”se debería sacar los ojos a los pintores, como se hace con los canarios, para que canten mejor”
Esta idea no va a favor de la plástica, sino en una sublimación del sentimiento de amor.
Esto es advertido de un modo negativo, por parte de un colega, pero a Picasso parece no afectarle.
A Max Jacob le escribe desde Barcelona:”los artistas de aquí, piensan que en mis cuadros hay demasiada alma y poca forma: es muy gracioso”.
El ciego ha perseguido a Picasso como una sombra, y es verdad que el amor es ciego
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